Capítulo 0. Recolectando Algodon
Asia Central. 1919.
El polvo rojizo del desierto se aferraba a todo, un recordatorio constante de la vastedad implacable de Asia Central. Elsa Kalamikov, una joven pero ya curtida miembro de la Checa, había rastreado a su presa: el astuto empresario del algodón Vladimir Smirnov. Se le buscaba no solo por conspirar contra el Soviet de Tashkent, sino también por ser un ferviente partidario de los Rusos Blancos, una amenaza constante en la región.
Elsa lo encontró en una pequeña aldea, apenas un puñado de chozas de barro, anidada precariamente a la entrada del valle de Fergana. La urgencia era necesaria. Debía actuar con rapidez. Una vez Smirnov cruzara ese umbral, se adentraría en un territorio hostil, un nido de resistencia donde la influencia soviética era frágil como el hielo.
Al anochecer, bajo un cielo que viraba del añil al negro carbón, Elsa y sus hombres se aproximaron al campamento enemigo. La tensión era palpable, el aire frío y pesado con la promesa de la violencia. El combate no tardó en estallar, un estallido de disparos y gritos que rompió el silencio de la noche.
En medio del caos, la fortuna sonrió al Soviet. Fue el camarada Ramirov quien, con un disparo certero que perforó la oscuridad, impactó la cabeza de Vladimir, silenciando para siempre sus planes contrarrevolucionarios. La lucha, breve pero brutal, dejó un rastro de heridos y pérdidas.
Elsa, con el pecho ardiendo por una herida bala, logró inmovilizar al chófer de Smirnov, Nikolai Nikolaiev, cuya pierna herida le impedía escapar. Los otros traidores, tres campesinos rusos que habían seguido a su líder, se dispersaron y huyeron en cuanto vieron caer a Smirnov.
La victoria llegó con un sabor amargo. La camarada Punskin había caído. Su sacrificio sería recordado.
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