Capítulo V: La estancia en Osh
La Sombra de lo Desconocido
El camino se extendía ante ellos, un lazo interminable de polvo y piedras que la camioneta, una reliquia traqueteante, devoraba con exasperante lentitud. Cada bache era una sacudida, cada parada forzosa un recordatorio de la inmensidad de la estepa y la precariedad de su viaje.
Zenya, al principio, había guardado el diario del Dr. Igor Setechokv con una mezcla de escepticismo y un ligero desinterés. Las "historias de cultos antiguos y seres extraños" que el Camarada Zhukov había mencionado le sonaban a meras supersticiones burguesas. Pero a medida que los kilómetros se acumulaban y el tedio del viaje se instalaba, la curiosidad se abrió paso. Abrió el viejo cuaderno.
Sus labios se curvaron en una mueca de incredulidad al principio, mientras sus ojos recorrían las primeras páginas. Sin embargo, a medida que el viaje avanzaba, la incredulidad dio paso a una fascinación sombría. El diario no contenía cuentos, sino relatos escalofriantes de seres que habitaban las montañas, criaturas descritas con una meticulosidad perturbadora, seres que desafiaban toda lógica. Entre el miedo a lo desconocido y un interés mórbido por desentrañar la verdad detrás de aquellos extraños "hombres", Zenya no podía parar de leer. El mundo exterior se desdibujaba, sus compañeros de viaje se convertían en meras sombras mientras su mente se sumergía por completo en las anotaciones del doctor.
Su mente, sin embargo, comenzó a mostrarse confusa, una amalgama de la brutal realidad de los últimos días y las pesadillas que el diario parecía invocar. Muchas noches, el sueño la traicionaba, arrastrándola a imágenes vívidas de la transformación de la niña y los horrores descritos en el libro. El recuerdo de lo aprendido se clavaba en su subconsciente, agudizando sus sentidos de maneras insospechadas. La línea entre la cordura y la locura, entre la realidad y la leyenda, se volvía cada vez más difusa.
El Encuentro en Osh
Zenya llevaba ya dos largos días en Osh, dos días que para ella se extendían como una eternidad. Los pensamientos sobre esos extraños seres que habitaban las profundidades de las montañas no habían cesado. Su mente, aún marcada por los horrores presenciados y las revelaciones del diario del Dr. Setechokv, se sentía atrapada en un ciclo de inquietud.
Al tercer día, dos hombres se presentaron en sus aposentos, interrumpiendo su tensa espera.
"Buenos días, camarada", dijo uno de ellos, un hombre con una presencia tranquila pero firme. "Soy Iván Ivanov, creo que tiene que hablar con la camarada Kalamikov. Mañana partiré a su encuentro, debería venir conmigo. Tengo tres plazas libres en mi coche, así que prepare su equipo".
Zenya lo miró con curiosidad. "¿Sabe dónde está?".
"Sí, combatiendo a los enemigos del pueblo", respondió Iván. "Llegaron noticias de ataques rebeldes y ella partió al mando de un pelotón de soldados para darles caza. Yo les llevo algunas provisiones en uno de los coches del Soviet".
Partida Hacia lo Desconocido
A la mañana siguiente, Zenya, junto a la enfermera Natacha y Borat, esperaron impacientes el transporte. Un destartalado coche, rebosante de cajas y provisiones, se detuvo frente a ellos con un chirrido.
"¡Venga, que nos vamos, no hay tiempo que perder!", exclamó Iván Ivanov, la urgencia resonando en su voz. A su lado, Peter, un joven soldado de rostro serio, hacía de escolta, su fusil al hombro.
Como pudieron, se acomodaron entre el equipaje y las provisiones, el espacio reducido forzándolos a una incómoda cercanía. El motor tosió, y el coche se puso en marcha, llevando a Zenya y sus compañeros hacia un nuevo capítulo en la inmensidad inexplorada de Asia Central. El viaje había comenzado, y con él, la promesa de más misterios y peligros aguardando en las montañas.
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